Enseñanza

Más allá de Hogwarts: el verdadero poder de la educación británica

Imagen promocional de Harry Potter y la piedra filosofal (2001)

Si uno piensa en un colegio británico, es difícil no imaginarse primero Hogwarts: escaleras que se mueven, retratos que hablan, bufandas con los colores de tu casa y un director con barba de tres metros y nombre de mago nórdico. Pero más allá de la magia —o precisamente por ella— hay algo en la educación británica que ha fascinado a generaciones enteras. Desde el estricto St. Custard’s de ¡Abajo el colejio! hasta el internado de Jane Eyre, pasando por la sobriedad de Tom Brown’s School Days, los colegios británicos no solo educan: construyen universos.

Claro, en la vida real no hay clases de Pociones ni partidos de Quidditch, pero sí hay algo muy parecido a esa idea: la de que el colegio es un mundo aparte, donde uno aprende quién es, quién quiere ser, y cómo convivir con los demás sin convertir a nadie en rana. Es esa la atmósfera que buscan reproducir los centros educativos anglosajones como el Colegio Británico en Barcelona, espacios donde los alumnos se sienten protagonistas de su propio viaje, con profesores que actúan más como guías que como examinadores.

La educación británica tiene un secreto: en vez de obsesionarse con lo que ya sabes, se centra en todo lo que puedes llegar a descubrir. Aquí los deberes no consisten en repetir la lección, sino en ponerla en duda. ¿Por qué pasó esto? ¿Y si lo hubiéramos hecho de otra forma? ¿Qué relación hay entre una ecuación y una canción? Así se cultiva el pensamiento crítico. Así se entrena la imaginación.

También es un sistema que cree firmemente en el equilibrio: ciencias y artes, deporte y literatura, disciplina y creatividad. Y no es solo un eslogan. En estos colegios, la hora de teatro es tan importante como la de matemáticas, y el laboratorio es tan emocionante como el campo de fútbol. El objetivo no es fabricar futuros adultos competitivos, sino personas íntegras, felices, capaces de adaptarse y de aportar algo valioso al mundo. Aunque sea una poción antiestrés.

Además, estos colegios enseñan con una naturalidad pasmosa algo que muchos adultos aún no dominan: la convivencia con alumnos y profesorado de distintos países que generan un entorno cosmopolita y enriquecedor. El inglés no se enseña, se vive. Y la diversidad no se celebra un día al año, se respira en cada clase, cada comida, cada recreo.

Y sí, también está el tema serio: la preparación académica. En los colegios británicos, los alumnos pueden cursar tanto el sistema británico como el Bachillerato Internacional. Traducción para padres con ansiedad: tu hijo podrá estudiar en Cambridge, en Nueva York o en Australia sin tener que pasar por una academia de milagros.

Así que si estás pensando en darle a tu hijo una educación diferente —no en el sentido de extravagante, sino en el de estimulante—, tal vez no haga falta cruzar un andén mágico ni enviar una lechuza mensajera. Basta con entrar por la puerta de un colegio británico y dejar que empiece la aventura. Aunque lo de la bufanda de colores sigue siendo una gran idea.