Ciencia

La isla de Serendeip

Cuenta una vieja fábula persa que un rey llamado Giaffar vivía en una isla junto a sus tres queridos hijos, conocidos por tener la cualidad de descubrir accidentalmente cosas valiosas que no buscaban. Esa isla se llamaba Serendip, la misma isla del sexto viaje de Simbad el marino, en Las mil y una noches. Pasado el tiempo, esta fantástica historia llegó a manos del Conde de Oxford, Horace Walpole, que utilizó el término «serendipity» en una carta que envió a Horace Mann en 1754, para contarle que había quedado fascinado con la historia de los tres príncipes que «siempre descubrían, por accidente o por sagacidad, cosas que no estaban buscando» al tiempo que también se refería a que «habían sido cuidadosamente educados por los mejores profesores».

Serendip es la transcripción inglesa del nombre persa de la isla del Índico conocida como Ceilán, cuyo nombre oficial es Sri Lanka

Desde hace años, serendipia es un término utilizado en ciencia para referirse a ese tipo de suerte que tienen algunos científicos que, viendo lo que todos ven, solo unos pocos afortunados comprenden. Un hallazgo casual que solo quien está preparado es capaz de entender en su magnitud, conectando ideas. La astucia que permite hacer de la suerte un aliado. Curiosidad, preparación, predisposición, sagacidad y suerte. De ese modo, un mal pegamento pasó a ser el éxito del post-it; un error al verter glicerol en un medio, permitió desarrollar un método para congelar células; una contaminación de un hongo en una placa de cultivo de bacterias permitió descubrir la penicilina.

El papel del azar, de lo accidental, ha sido y es determinante en muchos descubrimientos científicos e invenciones técnicas

Y ante lo que podía haberse entendido como un resultado erróneo, fue la preparación y la sagacidad de Spencer Silver, Christopher Polge o Alexander Fleming lo que les permitió que vieran más lejos, como otros muchos científicos que se suman a historias de serendipia. Decía Pasteur que las suerte solo favorece a la mente preparada. Así que no hay más formula para un científico que una buena preparación y un espíritu curioso para que la serendipia les acompañe.