En 1981, el ayuntamiento de la ciudad holandesa de Delft decidió dragar sus canales colmatados de lodos por el paso del tiempo. Dragar un canal, además de por razones de seguridad en la navegación, es también un ejercicio de visibilizar la historia de una ciudad al recuperar miles de objetos que habían permanecidos invisibles durante cientos de años.
Los objetos mas grandes fueron extraídos. El lodo restante fue utilizado como relleno en la construcción de un parque de la ciudad, lodo en el que permanecieron, invisibles, cientos de pequeños objetos que volvían a desaparecer bajo tierra. Hasta más de veinte años después cuando un aficionado con un detector de metales rescató un pequeño artilugio del subsuelo.
No lo sabia, pero tenía entre sus manos el primer microscopio que permitió hacer visible lo que hasta ese momento no lo era, ya que era capaz de conseguir 200 aumentos. Gracias al conocimiento (y reconocimiento del objeto) y la intuición de un medico gallego, aquella rara pieza de latón con una lente biconvexa, recobraba su verdadera magnitud al llegar a Galicia al ser adquirida en una subasta de una popular plataforma de comercio electrónico.
Con el microscopio de Leeuwenhoek, cuando el siglo XVII avanzaba hacia su último cuarto, se observaron por primera vez los glóbulos sanguíneos, las bacterias o incluso los espermatozoides.
Anton van Leeuwenhoek, considerado el padre de la microscopía moderna, fue un inquieto y curioso comerciante de telas, cuyo interés por lo invisible le condujo a uno de los descubrimientos más importante de la ciencia: un microscopio capaz de aumentar 200 veces las muestras observadas.
Leeuwenhoek fue conocido en su ciudad por su inquietud y su avidez por el conocimiento en microscopía, en filosofía, matemáticas, ciencias naturales, astronomía e, incluso, en navegación.
Sin embargo, por no hablar latín, lengua común para la ciencia de la época, ni tener estudios superiores, el rechazo de la comunidad científica a sus hallazgos fue mayor que la aceptación, a pesar que sus manos construyeron aquellos ingenios que permitieron hacer lo invisible, visible.
Desde entonces, el desarrollo de los microscopios ha sido imparable: microscopios ópticos, electrónicos, de fluorescencia, confocales… que han permitido mostrarnos un mundo invisible a los ojos humanos.
Pero hay que recordar que todo empezó hace más de 350 años con la construcción de unos artilugios, fruto del ingenio de un comerciante de telas de la ciudad de Delft, uno de los cuales termino en el fondo de un canal.