Caos es una palabra caprichosa, absoluta e invasiva. Cuando llega es difícil volver atrás y solo queda aprender a vivir con ella. Aparece con un pequeño gesto, en nuestro caso con una célula, algo que ni siquiera podemos ver a simple vista, que decide no seguir las órdenes de su patrón y cambiar de rumbo.
Y así, de ese modo tan aparentemente natural, nada vuelve a ser igual. El portador de la misma no será preguntado si accede al cambio, supongo que porque en la mayoría de los casos, es posible que aún sea un embrión. El caos es así, ni pregunta, ni avisa; se presenta: «Hola soy el caos genético y he tomado tu cuerpo. Y a los nueve meses naces».
Lo haces en la mayoría de las veces con salud, en otras no hay tanta suerte, pero en ambas, señalado, porque te ha tocado ese caos genético al que le gusta jugar con el aspecto exterior de nuestra piel. Un cuerpo blanco como la nieve, un ojo de un azul eléctrico, unas enormes manchas salpicando la piel, un cuerpo lleno de mil bultos que esperas que nunca sean malignos, una piel que se rompe con solo acariciarla… serán los desencadenantes de otro caos, el social que viene siempre acompañado de rechazo, señalamiento, y tragedia. Por si el simple hecho de sobrevivir no fuera ya una misión de riesgo.
«Antinatural, endemoniado, horrendo», son algunos de los apelativos que reciben quienes sufren una condición de este tipo, solo y exclusivamente, por su aspecto, mientras que, irónicamente, en otros continentes son tratados como iconos de belleza. Y todo gracias o por desgracia de la voluntad de una célula anárquica que decidió salirse del patrón, de su orden.
Con la ilustración que precede a este texto quiero poner de relieve una realidad tristemente vigente a día de hoy. Si tu aspecto exterior no solo no está dentro de los estándares de tu comunidad, si no que además es absolutamente singular, la historia nos ha demostrado que aún falta mucho camino por recorrer. Necesitamos dar visibilidad y naturalidad a las diferencias. Ellas nos hacen singulares. Sin estigmas sociales.
Porque para muchos de los afectados por mutaciones genéticas, su cuerpo es ya su propia cárcel y así lo represento en la ilustración enmarcando ambos lados con cadenas (curioso nombre) genéticas llenas de alambres. O con el niño albino que tiene de fondo un mapa de África con rejas. Y esos ojos sobre la mujer con vitíligo, miradas muy diferentes dependiendo de donde vivas. Estas personas ya se encuentran pagando una condena propia, con las enfermedades menos visibles, que se derivan a nivel interno. Y en muchos casos acaban pagando otra social, cuando no han cometido ningún delito.
El caos al que se ven abocados quienes padecen una enfermedad de este tipo no deja de ser un nuevo orden, el suyo. Apostar por la investigación, la educación y la normalización es apostar por la diversidad, una palabra que define al ser humano.