Hace más de dos mil años, en el siglo I antes de Cristo, un poeta romano llamado Sexto Propercio envió una carta a su amada. La mujer, llamada Cintia, estaba en Bayas, una ciudad costera muy popular entre los antiguos romanos a la hora de veranear. Sexto Propercio quería que Cintia volviese a Roma, donde él la estaba esperando, y terminaba su carta con una auténtica declaración de odio hacia aquella localidad: «¡Ay! ¡Ojalá los baños de Bayas, insulto hecho al amor, desaparezcan para siempre!».
¿Imaginas lo que pasó después? ¡Pues que a Bayas le ocurrió precisamente eso! Poco a poco, siglo a siglo, la ciudad se fue hundiendo en el mar y hoy descansa a veinte metros de profundidad frente a las costas de Campania, en Italia. Aunque quedan algunos restos arqueológicos en tierra firme, casi toda la localidad, unas ciento setenta hectáreas de mosaicos, calzadas y columnas, se encuentra bajo el agua.
El gran destino vacacional de la antigua Roma simplemente ya no existe. Se lo ha tragado el mar Tirreno.
La palabra clave es esta: bradisismo. Se trata de un fenómeno natural que hace que el suelo de un determinado lugar se eleve o descienda a lo largo de los años. Ocurre en sitios como este, cerca de Nápoles, donde hay una gran cámara de magma en el subsuelo. Piensa que no muy lejos de aquí está el volcán Vesubio, uno de los más feroces del mundo, y las famosas ciudades romanas que quedaron sepultadas por él: Pompeya y Herculano.
Otro efecto secundario del vulcanismo de la región es la aparición de pozas termales. Muchos arqueólogos creen que la popularidad turística de Bayas empezó allí, en sus numerosos pozos y piscinas naturales de agua caliente. Primero habría un pueblito, luego se convertiría en una villa de mayor tamaño y, finalmente, en la ciudad de vacaciones que conocemos gracias a los restos arqueológicos que hoy están sumergidos.
Cuando estaba en tierra firme, Bayas no era solamente el destino preferido de los aristócratas y los poderosos del imperio; incluso muchos emperadores romanos llegaron a tener una casa (más bien, un palacio) en Bayas. Apunta: Julio César, Marco Antonio, Nerón, Adriano… Todos ellos pasaron por la ciudad. ¡Incluso se cuenta que Cleopatra se alojó durante un tiempo en Bayas! Era tal el trasiego que había entre Roma y esta pequeña ciudad costera que el emperador Calígula incluso se planteó conectarlas mediante un canal navegable: la Fossa Neronis.
Si se hubiera construido, habría tenido doscientos cincuenta kilómetros de largo.
Lo cierto es que se llegaron a levantar grandes infraestructuras en la ciudad. Una de ellas fue la Piscina Mirabilis, el depósito de agua dulce más grande del mundo en su momento. Otro fue el Portus Iulius, un macropuerto militar con un muelle de cerca de cuatrocientos metros de longitud y canales que lo conectaban por vía marítima con varios lagos cercanos. Aquel puerto, por cierto, se convirtió en la base permanente de la mayor flota naval del imperio romano: la Classis Misenensis.
Pero si Bayas llama la atención de los arqueólogos submarinos es por sus muchas extravagancias. Una de las más conocidas está en la Villa de los Pisones (un palacio sumergido a quince metros de profundidad). Se trata de un estanque elevado… ¡que ejercía como mesa! Los comensales se ponían a su alrededor y los platos flotaban sobre el agua. Otro es el famoso teatro-ninfeo de Bayas, una especie de teatro acuático donde se celebraban conciertos y espectáculos. Los espectadores se repartían en unas gradas alrededor del escenario, pero no eran unas gradas cualquiera… sino bañeras y piscinas conectadas entre sí. ¡Era un verdadero parque acuático de la Antigüedad!
El final de Bayas no llegó mucho después de aquello. Se cree que la ciudad ya estaba a medio sumergir en el siglo V después de Cristo y que sus últimos habitantes la abandonaron poco después. ¡Quién le hubiera dicho a Sexto Propercio que sus deseos se iban a hacer realidad!