Cuenta una antigua leyenda oriental que a cada uno de nosotros, al nacer, se nos coloca un hilo rojo invisible en el dedo meñique. El encargado de poner este hilo es el llamado Abuelo de la Luna. Este anciano sale todas las noches, con el propósito de unir los hilos, para escribir el camino de aquellas personas que están destinadas a conocerse. No solo une a futuras parejas sino que también es capaz de unir amistades incondicionales que durarán toda una vida.
El hilo rojo es tan mágico que soporta todas las tormentas, catástrofes y dificultades que se presenten, al tener el poder de no romperse bajo ninguna circunstancia
En este mundo invisible, siglos atrás, el emperador Wei Gu, en una visita al Templo Longxing, le preguntó a un anciano, cuya misión era la de formar matrimonios, quién sería su futura mujer. El anciano le aseguró que su esposa tenía 3 años y que cuando tuviera 17 se casaría con él: «No importa si estáis separados por una larga distancia, mientras el hilo rojo esté atado, os casaréis». El emperador, sorprendido, insistió en conocer el lugar en el que vivía la niña y el anciano le llevó hasta el mercado donde la madre de la pequeña trabajaba como vendedora de verduras.
Según la leyenda, la razón por la que el hilo rojo se ata en el dedo meñique es debido a que la arteria cubital conecta el corazón a este dedo
«En este momento termina tu hilo rojo del destino», dijo el anciano cuando el emperador vio a su futura esposa en los brazos de la madre. Furioso, Wei Gu empujó a la campesina, provocando la caída de la niña al suelo, que terminó con una gran herida en la frente. Años después, el emperador accedió a casarse con la hija de un general muy respetado. En el altar, al levantar el velo de su esposa, pudo comprobar cómo detrás de ese rostro bello se escondía una llamativa cicatriz en la frente. Ella era su hilo invisible.