Una sámara es un fruto en el que se desarrolla un ala papirácea aplanada como mecanismo que favorece su dispersión por el viento. A veces va sola, otras veces van de dos en dos o incluso de tres en tres. En algunas épocas del año las vemos cayendo de los arboles con sus característicos giros. Entre estos árboles se encuentran los conocidos como sicómoros.
La observación y la curiosidad como motores para cambiar el mundo fueron, una vez más, las inductoras para que aquel niño se quedara prendado del característico descenso de las sámaras de los sicómoros que daban sombra en su ciudad, en Murcia. Sámaras que caían girando de forma autorrotativa y que, sin duda, contribuyeron a la idea de construir un aparato volador cuya sustentación fuera independiente de la traslación.
La observación de los pájaros volando, de sámaras cayendo; la curiosidad de entender el cómo; el conocimiento a través de los libros y los periódicos de la época con los primeros vuelos de los hermanos Wrigth y, sobre todo, la suerte de tener un abuelo capaz de explicarle lo que ya se conocía acerca del otro lado del personal espejo de la curiosidad de este niño.
La semilla ya estaba plantada y solo había que esperar para que creciera en la cabeza de unos de los grandes inventores del siglo XX en España: el ingeniero Juan de la Cierva y Codorníu. Y de las sámaras de los sicómoros de Murcia al diseño y construcción del primer autogiro, precursor de los helicópteros, que se elevó en el cielo de Madrid con sus rotores cuatripalas articuladas contrarrotatorias en 1923. A partir de aquí, nuevos modelos de su invento surcaron los cielos del mundo.
Juan de la Cierva y Codorníu falleció en un terrible accidente de un avión comercial en 1936 a la edad de 41 años. Hoy en día, el Premio Nacional de Investigación Juan de la Cierva recuerda la grandeza de este inventor que comenzó observando con curiosidad en el Malecón de Murcia, junto a su abuelo, el ingeniero de montes Ricardo Codorníu, el vuelo de las semillas de los sicómoros.