Seguro que alguna vez las has visto en fotos o en pinturas. Bicicletas con la rueda delantera enorme y la trasera muy pequeña. Normalmente arriba va un hombre bien vestido, con bigotes y bombín. La creación de estas máquinas se produce en el año 1873, y se la debemos a James Starley, un inventor del Reino Unido.
Antes hubo antecedentes. Bicicletas que no eran bicicletas. La draisiana, por ejemplo, que se le ocurrió a Karl Freiherr von Drais. Este alemán ideó un vehículo con dos ruedas, un asiento y un manillar rarísimo para dirigirlo. No tenía cadena, ni pedales, ni frenos. Para avanzar debías impulsarte con los pies… y en las cuestas abajo frenabas de igual forma, así que era bastante peligrosa. El la llamó laufmaschine, o «máquina de correr». Es la construcción más antigua de algo que se parece a una bici.
Pero la otra, la de Starley, molaba mucho más. Permitía ir rápido, y pedaleabas, y podías recorrer distancias enormes. Eso sí, tenía su riesgo. Para subir necesitabas ayuda, para bajar también, y los accidentes eran muy numerosos, porque resultaba difícil de manejar en curvas. Ah, y si parabas de golpe… bueno, caída. Menos mal que no había semáforos…
Con todo, se hicieron carreras sobre esas bicis. Tipos sin miedo. Después vinieron otros avances. Los frenos de zapata, o los cambios, o los pedales automáticos. Hoy las bicicletas llevan componentes electrónicos, están hechas de carbono y pesan menos de siete kilos. Son piezas de tecnología punta. Y mucho más seguras que las de ruedas enormes…