Seguro que habéis visto las imágenes de la sonda Perseverance de la NASA posándose sobre la superficie de Marte. Fascinante, ¿verdad? Esta aventura comenzó en los años 50 del siglo pasado. Hasta entonces el espacio exterior solo podía ser visitado a través de relatos, comics y películas de ciencia ficción, pero todo cambió con la carrera espacial librada entre las dos superpotencias del momento, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Mientras el mundo entero miraba hacia el espacio como ideal de progreso, el arquitecto finlandés Matti Suuronen planeaba una de sus más célebres invenciones: la Casa Futuro
En el año 1957, la Unión Soviética lanzó con éxito el primer satélite artificial de la historia: el Sputnik 1; y unos pocos años después comenzaron a venderse estas casas de campo compactas, diseñadas por el pulso de un visionario que, arrastrado por el optimismo tecnológico y el crecimiento económico de Finlandia, soñó con llenar el mundo de viviendas transportables, fáciles de calentar (de -29 a 15˚C en apenas 30 minutos), aisladas térmicamente y que pudieran ser instaladas con facilidad en cualquier tipo de terreno, por abrupto que este fuera.
En los procesos de innovación, llegar demasiado pronto es a menudo sinónimo de fracaso
Las casas de Suuronen generaron mucha expectación, pero al cabo de unos años fueron rechazadas por muchísima gente que las vio como una grosera agresión al medio. Las vandalizaron e incluso en algunos lugares las llegaron a prohibir por su estética extraña y antinatural. Así que, si alguna vez, caminando por el bosque, te encuentras con un platillo volante de unos 8 metros de diámetro, es muy probable que no se trate de una visita de los extraterrestres, ni siquiera de una nave espacial rusa, sino de una de las 60 casas Futuro que todavía quedan en pie alrededor del mundo.