Piensa en toda la gente a la que has conocido en tu vida. A grandes rasgos, podrías dividir el mundo en buenas y malas personas. Pero lo cierto es que esa visión es demasiado reduccionista. Todos podemos comportarnos bien o mal. ¡No somos perfectos! Sobre esa dualidad reflexionó hace casi 150 años Robert Louis Stevenson en uno de sus libros más conocidos: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. La novela nos presenta al doctor Jekyll, un científico que inventa una pócima que puede separar nuestro lado humano y bondadoso del lado más perverso. El problema es que, al probarla… ¡no queda ni rastro de lo bueno! El señor Hyde, como así se hace llamar una vez convertido, es un ser abyecto capaz de cometer las peores fechorías. ¿Cuál será el lado que vencerá en este conflicto interior?
Robert Louis Stevenson es también el creador de una de las aventuras de piratas más famosas de la historia: La isla del tesoro
Jekyll y Hyde son dos personalidades contrapuestas dentro de un mismo ser. Esta condición ha hecho que muchísimos lectores asocien este relato clásico con una enfermedad mental conocida como trastorno de identidad disociativo. Las personas que tienen este trastorno cuentan con diferentes identidades que van alternando el control del cuerpo. Así, pueden tener una personalidad principal de, por ejemplo, treinta años, pero contar con otras muy distintas en edad, género o carácter.
La figura del doble malvado está muy arraigada a mitologías de distintas épocas y países: el ka del Antiguo Egipto, el vardøger de los países nórdicos o el doppelgänger alemán son tres ejemplos clásicos
Resulta inquietante pensar en la existencia de un ser idéntico a nosotros. Aunque suena a argumento de fantasía, la ciencia o el uso de nuevas tecnologías ya contemplan esa posibilidad. Seguro que has visto películas de animación en las que los personajes parecen tan reales que casi incomodan a la vista. La sensación de extrañamiento que nos causa ver algo que está muy cerca de parecer humano pero que no lo es fue propuesta por el profesor Masahiro Mori en 1970. ¿Sabes cómo llamó a su hipótesis? ¡El valle inquietante!