Arturo Redondo Paz (Cádiz, 1967) nació en tierras gaditanas y estudió Bellas Artes en Sevilla. Como artista se ha especializado en las ilustraciones de carácter histórico y en la actualidad pasea sus pinceles entre Cádiz, Sanlúcar, Sevilla y Córdoba. Arturo es un destacado divulgador de la historia y un experto en la Andalucía del siglo XVI. Ha ilustrado el Cuaderno de paseo por la Sanlúcar de Magallanes y Elcano, la expo Sevilla y Sanlúcar de Barrameda en 1519, y sus dibujos forman parte del libro colaborativo La aventura de la primera vuelta al mundo. Los tres libros se pueden ver o descargar de forma gratuita.
Se cumplen cinco siglos de la primera vuelta al mundo, una hazaña iniciada en Sevilla y Sanlúcar de Barrameda ¿Cómo se gestó aquel viaje?
La expedición nació de la idea de encontrar una ruta por el oeste hasta las islas de la Especias, las Molucas actuales. Allí se hallaban el clavo, la canela y la pimienta, especias que en el siglo XVI se cotizaban más que el oro, eran utilizadas como condimento y también como medicamento. Ese tráfico de mercancías tan valiosas lo controlaba la corona portuguesa a través de una ruta hacia el este, bordeando África. La Corona española aceptó de buen grado el ofrecimiento de un experimentado capitán portugués, Hernando de Magallanes, para encontrar una vía alternativa por la que llegar a esas codiciadas islas de las Especias.
¿Cuántos hombres y barcos participaron? ¿Qué motivos llevaron a los marineros a embarcarse en aquella aventura?
Fueron cinco barcos y más de doscientos tripulantes los que zarparon de Sevilla y, tres años después, solo regresó una nave y dieciocho tripulantes capitaneados por Juan Sebastián Elcano. Los motivos que impulsaron a esos hombres a embarcarse en la odisea eran básicamente la esperanza de volver con su parte correspondiente de la mercancía conseguida que, según la escala que tuvieran, podía ser una auténtica fortuna. En esta expedición en concreto, ninguno de los marineros conocía el destino del viaje.
¿Cómo fue la ruta?
Aquella fue la mayor epopeya náutica de la historia de la humanidad. En las terribles condiciones que suponían embarcarse en aquellas naves pequeñas y estrechas, con las enfermedades y el hambre, recorrieron 14.470 leguas, unos 90.000 km. Atravesaron tres océanos, Atlántico, Pacífico e Índico. A la mayoría de los tripulantes le costó la vida, incluido al jefe de la expedición, Magallanes, que murió en una refriega con los indígenas de la isla de Mactán. Un italiano, Pigaffeta, nos legó un diario de a bordo de esta aventura que hoy es un relato fantástico, uno que recomiendo para conocer de primera mano como fue aquella odisea.
En aquella época, los mares del mundo estaban divididos en dos mitades, según el tratado de Tordesillas. ¿Qué se sabía de los océanos en aquellos años?
El conocimiento de los territorios del planeta era muy limitado. Los europeos sí tenían una configuración más o menos acertada de Asia y el oriente. Pero solo habían pasado veinte años desde que Colón había pisado el continente americano, y muy poca de la extensión de aquellas nuevas tierras había sido incorporada en los mapas que utilizaban los capitanes de la expediciones. Casi todo el norte de América era tierra desconocida, y la creencia general era que la tierra continuaba sin límite hacia el sur. Pero Magallanes tuvo la intuición, o certeza según algunos, de que existía un paso por mar, y de que navegando a través de él podía llegar al punto de partida, dando la vuelta al globo terráqueo. Esta incertidumbre sobre los límites producía miedo entre los marineros y los relatos en los puertos incorporaban, lógicamente, exageraciones y monstruos terroríficos que adornaban estas aventuras.
¿Qué supuso para la historia la travesía de Magallanes y Elcano?
Fue la primera globalización. Por primera vez se tuvo la certeza empírica de los límites del planeta y de su redondez. También fue la constatación de que la superficie de la tierra estaba formada en su mayor extensión por agua, y se abrió definitivamente la puerta a la conexión de todos los continentes a través del océano. El comercio marítimo se convirtió en la red global, el mundo ya no volvió a ser igual. Mercancías, personas e ideas viajaron por todo el planeta a partir de entonces.
En tus ilustraciones se intuye un estudio exhaustivo de la Andalucía del siglo XVI ¿Cómo es tu proceso de documentación?
La documentación es fundamental en el dibujo histórico. Yo como dibujante trabajo la estética en mis ilustraciones, con un estilo próximo al cómic, procurando que estas tengan la mayor calidad posible y un buen nivel en cuanto a composición, estilo y sensación de viveza. Ese es mi oficio, hacerlas atractivas. Pero mi compromiso también es que estas reflejen y sugieran todo el conocimiento posible sobre la época: urbanismo, usos, costumbres, economía, transporte, indumentaria, etc. Es un didactismo que a mi me gusta. Para ello, trabajo en equipo con profesionales especializados e historiadores. Conseguir un trabajo atractivo para todos los públicos es mi objetivo, desde el profesional avanzado que ve reflejados conocimientos de su nivel, hasta los alumnos escolares que encuentra atrayente la representación gráfica y se inician en el conocimiento así.
¿Por qué encuentras tan fascinante aquella época? ¿Qué queda de ella en las ciudades?
El siglo XVI es apasionante. En Europa tenemos a Leonardo, Miguel Ángel y todo el renacimiento, el arte flamenco en Flandes. En España se descubren las tierras del Nuevo mundo y se abre una nueva era para la humanidad. Y el centro de toda esta vorágine se concentra en una ciudad del sur que recibe el monopolio del comercio con el nuevo continente, Sevilla. Por ella pasarán a lo largo del siglo las mayores riquezas y los personajes más relevantes de la historia. Hoy en día, pasear y descubrir las huellas de ese siglo en la ciudad es un auténtico placer para mí. La zona norte del centro histórico, por ejemplo, calle San Luis o Feria, es un inmenso museo al aire libre con un rosario de iglesias gótico-mudéjares y un urbanismo prácticamente inalterado desde siglos atrás.
Eres ilustrador, estudioso de la historia y divulgador. Esos campos se combinan en tu obra ¿De dónde viene la afición por dibujar?
(Risas) No, no, en historia soy solamente un simple aficionado, lo que pasa es que hago equipo con gente que sabe más que yo. Y así, de paso, aprendo yo también. Eso sí, soy dibujante, y eso para mí lo es todo. Dibujo desde que tengo conocimiento, tuve la suerte de crecer en una casa llena de libros de arte y literatura, y en mi familia casi todo el mundo dibuja y escribe. Creo que un contexto adecuado potencia la creatividad de las personas. Además, para mí dibujar era un estado constante de fuga e imaginación durante mi etapa escolar, como una ventana por donde escapar cuando la realidad no me gustaba ¡Qué suerte! Y solo necesitaba un boli.
¿Por qué has decidido utilizar el dibujo como medio para narrar acontecimientos históricos?
En realidad dibujo aquello que me gusta. Como la historia me gusta, pues eso es lo que dibujo. En general, dibujo aquellos lugares, momentos y personas que aportan luz y belleza a mi vida. Es mi pequeño y continuo homenaje a la fortuna de vivir. Cuando termino de trabajar mis proyectos de dibujos históricos me relajo disfrutando y dibujando en la calle, junto a otros dibujantes. Vida, dibujo y trabajo tienen los límites muy difusos en mí.
¿Es más sencillo contar la historia a través de los trazos que mediante la prosa?
Uf, creo que no. Las palabras nos permiten sugerir, crear ambientes, describir aquello que nos interesa y obviar lo que desconocemos, es como poder dibujar humo allí donde nos interese para tapar aquello que desconocemos. Pero en el dibujo de recreación histórica hay que mojarse y trazar, negro sobre blanco, cómo era aquello. No hay humo.
¿Sería recomendable que la educación se beneficiase más del lenguaje del dibujo?
Creo que es un hecho que se impone cada vez más una cultura visual en el medio educativo. Hoy las nuevas tecnologías permiten mostrar y enseñar cosas de forma muy atractiva, utilizando las tres dimensiones, por ejemplo. También tiene cabida la ilustración tradicional, el dibujo tiene siempre un poder de seducción distinto, y ahí radica el interés de usarlo como medio para atraer la atención.
El ilustrador Puño recordaba que la pregunta no es «¿Cuándo empezaste a dibujar?», sino «¿Cuándo dejaste de dibujar?». Pareces uno de los que nunca dejaron de dibujar, ¿La gente debería hacerlo más? ¿Por qué dejamos de hacerlo?
¡Buena cuestión! No, no creo que se deba recomendar a la gente dibujar en concreto. Creo que la gente debe de estar vinculada al arte, eso sí me parece fundamental. Yo dibujo desde siempre, esa ha sido mi vida y mi forma de expresarme, pero hay muchas otras recomendables: la música, la literatura, el teatro… Todos deberían disfrutar de la experiencia artística, porque forma y da dimensión a la persona. Y esto lo obviamos en nuestro sistema, damos mucha importancia al conocimiento y poca a la experiencia. Nadie olvida jamás aquella representación teatral en la que participó, el mural que pintó o el grupo de música que formó. Una vida vinculada al arte es una vida plena. Pienso que el disfrute de la experiencia artística es fundamental para las personas.
¿Qué técnicas utilizas a la hora de dibujar? ¿Métodos clásicos o digitales?
Al final, todo el proceso acaba siendo, de una manera u otra, digital en su salida. Yo disfruto mucho más en los procesos manuales, por lo que intento hacer las ilustraciones con técnicas tradicionales como tinta, acuarela o lápiz. Después hago un escaneado para limpiar y listo, procuro tocar lo mínimo. En ocasiones, hago el coloreado digital, pero prefiero dibujar en papel. Es cuestión de disfrute, a mí me da igual que una ilustración esté hecha con tableta o con lápices, la cuestión es si es una buena ilustración.
¿Qué libros, autores u obras te fascinaban de pequeño?
Mi padre se acostaba todos los días leyendo un Mortadelo y Filemón, me encantaba oírlo reír. Crecí rodeado de libros y cómics: El capitán Trueno, Tintín y Astérix en mi infancia, y los cómics de Hazañas bélicas. Después, con catorce años, vino el descubrimiento del cómic europeo: un día un amigo me enseño una revista, Metal Hurlant, donde un personaje, Jhon Difool, era arrojado a un lago de ácido, se trataba de la primera página de El incal, la obra maestra de Moebius. Me dejó tan impactado ese dibujo que ahí decidí lo que quería llegar a ser: dibujante.
¿Qué otros acontecimientos de la historia te interesan?
En general, todas las etapas históricas me interesan, pero si tuviera que elegir, para ilustrarlas y narrarlas gráficamente, creo que me quedaría con dos: la Revolución francesa hasta Napoleón, y Al-andalus, los califas cordobeses. En mi interés por la época napoleónica seguramente influye que soy de la ciudad de Cádiz y allí se produjeron hechos muy relevantes ligados a la revolución francesa y a Napoleón, como la Constitución de «la Pepa» en 1812, que acabó años después con el aplastamiento de estas ideas por parte de las monarquías absolutistas. En cierto modo, hay aspectos de esa lucha contra algunos privilegios que todavía no están cerrados. Respecto al califato cordobés, me resulta apasionante la entrada de los musulmanes, la creación del califato y su destrucción después de Almanzor. En unos años donde la luz de la cultura del occidente cristiano solo se mantenía débilmente en monasterios e iglesias, Córdoba brillaba como una enorme ciudad, con la mayor biblioteca conocida, traductores, escuelas y baños públicos. Sin embargo, si preguntas, pocas personas son capaces de dar el nombre de al menos dos de nuestros califas. Tenemos que mejorar eso.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
Pues ahora ando embarcado en otra aventura siguiendo la huella del hombre que culminó aquella primera circunnavegación al mundo. Junto a la Fundación Elcano (Elkano Fundazioa) vamos a contar gráficamente cómo era Getaria, la villa natal de Juan Sebastián Elcano, en el siglo XVI. No solamente para narrar la apasionante historia del capitán, sino también para recordar y dar a conocer el papel decisivo que juega todo el territorio vasco en esta historia. Sus astilleros navales, los hombres, los pilotos y los marineros que se embarcaron. Poca gente sabe que tres de las cinco naves de la expedición fueron adquiridas en puertos del País Vasco, y rebautizadas con nombres diferentes antes de partir. La nao Victoria se llamaba originariamente Santa María y era de un propietario de Ondarroa. Es curioso ¿verdad?