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El filósofo matemático

 

PITÁGORAS · GRECIA (569-475 a.C.)

Estamos acostumbrados a que la gente estudie cosas muy concretas en su día a día. El filólogo estudia las lenguas; el matemático, los números; el físico, las fuerzas que rigen el universo; el músico, la melodía y el ritmo. Sin embargo, en la antigüedad, cuando griegos y romanos gobernaban el mundo, había una profesión que lo abarcaba todo: la filosofía. El filósofo era aquel que se dedicaba por completo al saber, fuera del campo que fuera.


La palabra filosofía procede del griego antiguo y significa amor a la sabiduría. Por lo tanto, un filósofo o filósofa es alguien que ama el conocimiento y la sabiduría


Pitágoras fue uno de estos filósofos de la antigüedad. Vivió hace 2.500 años y se dedicó, fundamentalmente, a estudiar el alma del hombre. ¿Quién es el ser humano? ¿Por qué está en el mundo? ¿Dónde va, cuándo muere?

Todas estas preguntas, Pitágoras las relacionó con las matemáticas. Este filósofo pensaba que el universo se regía por los números y consideraba que había números perfectos e imperfectos, masculinos o femeninos, bonitos o feos. Estos mismos números le ayudaban a calcular la proporción y la razón de las cosas. De ahí que quisiera calcular la hipotenusa de un triángulo con su famoso Teorema de Pitágoras. Los antiguos creían que todas las cosas que se hallaban en la naturaleza eran perfectas y que el hombre era incapaz de imitarlas, por eso intentaban describirlas a través de los números.


Para los pitagóricos todo podía resolverse con números, incluso el origen del universo. De ahí que formularan teorías como «La música de los astros», que describe el movimiento de los planetas con patrones musicales


Las ideas de Pitágoras fueron tan influyentes en su época que se creó una escuela donde se impartían sus enseñanzas y se vivía tal como vivió su maestro. Era la escuela pitagórica, donde se estudiaba astronomía, música, matemáticas y donde vestían sin pieles animales y se practicaba el veganismo. Eso sí, con una sola excepción: los pitagóricos no comían habichuelas porque, según Pitágoras, eran un alimento maldito. Pitágoras creía en la reencarnación tras la muerte y pensaba que el alma de un hombre muerto podía alojarse en una judía. ¡Por eso, comer habichuelas sería como comerse a una persona!