Pablo es un niño muy alegre, divertido, nervioso y cariñoso. Lo conozco desde que éramos bebés y siempre nos hemos llevado muy bien. Cuando éramos más pequeños, nuestros padres quedaban siempre, y nosotros aprovechábamos para jugar y hacer alguna trastada de las nuestras; la verdad es que éramos muy pillos. Me encantaba jugar con él. Ahora ya no juego, pero sigo teniendo contacto. Nuestra amistad ha sido un tanto peculiar, ya que no me podía comunicar bien del todo con Pablo. No era fácil entenderlo. Lo entendía poco, pero lo entendía. Os preguntaréis el porqué, ¿verdad?, os lo diré más adelante.
Han ido pasando los años y hemos ido creciendo juntos. Ahora él ya está en el instituto y yo en sexto, pero eso ya es demasiado detalle. Gracias a nuestros padres, que siempre han quedado para ir al cine, a restaurantes, a dar paseos y muchas cosas más, hemos podido conocernos. Lo que os mencionaba antes es que no ha sido fácil comunicarme con Pablo porque mi amigo tiene síndrome de Down, y es por eso por lo que tiene dificultad al hablar, y nosotros en entenderle, pero no por eso ha dejado de ser tan cariñoso como siempre, aunque también tiene su genio, como todos.
Las personas con síndrome de Down tienen un cromosoma más en el par veintiuno (de los veintitrés pares que tenemos), por eso les cuesta más hablar y comunicarse con la gente, pero para mí eso nunca fue un problema. Cuando veáis a una persona con síndrome de Down, pensad que es mucho más de lo que creéis; son emociones, risas, enfados… son muchas cosas, son oportunidades de conocer a otras personas diferentes. Creo que todo el mundo debería tener tanta suerte como yo he tenido con Pablo.