Hoy en día, si uno vive en la ciudad, le resulta casi imposible ver las estrellas. Necesitamos ir a un sitio a parte, en la montaña, donde la contaminación lumínica sea escasa. Y entonces, cuando mira al cielo, aparece un cielo distinto, lleno de estrellas y de planetas que, si uno las conoce, le puede servir incluso de mapa.
Los antiguos griegos conocían el cielo como la palma de su mano, puesto que les servía como mapa cuando navegaban lejos de su polis, su ciudad
La palabra «planeta» proviene del griego «planetés», que significa algo errante, que deambula. Y es que, para los griegos, los distintos cuerpos celestes «erraban», «navegaban» por el cielo. Y los primeros elementos celestes a ser consagrados fueron los más evidentes: el Sol, que fue consagrado al dios Helios (de su nombre la energía heliomotora); y la Luna, consagrada a su hermana Selene. Estos dioses, con el tiempo, fueron relacionados con Apolo, que conducía el Sol con su carro de caballos de fuego, y su hermana Artemisa, diosa de la Luna y de la noche.
Los griegos no conocían el cielo tan bien como lo conocemos hoy nosotros. Solo identificaron los planetas que podían ver a simple vista: Venus, Mercurio, Marte, Júpiter y Saturno
El movimiento de estos planetas, que iban apareciendo en distintos puntos del cielo, durante la noche, a lo largo del año, hizo que los filósofos de la antigüedad, que también se dedicaban a lo que hoy llamaríamos «ciencia», estipularan ciertos patrones de su aparición. Esto lo juntaron con el movimiento de las estrellas, que también conocieron y estudiaron. De hecho, personajes como Eratóstenes se dedicaron a explicar historias respecto las formas de distintas constelaciones para que fuera más fácil recordarlas y reconocerlas.
Los planetas desconocidos por los griegos, así como los satélites, también tienen nombres relacionados con los dioses griegos, como Neptuno, Urano o el enano planeta Plutón
A lo largo de los siglos, los científicos de gran parte del mundo han sido gente muy inteligente y con conocimientos muy profundos en el legado griego y romano. Se sabían las historias mitológicas muy bien, y eso les permitió dar nombre, con un poco de coherencia, a los distintos satélites de los planetas. Así, por ejemplo, los satélites de Marte son Deimnos y Fobos, sus hijos en la mitología. Los de Neptuno los habitantes del mar o, los de Júpiter, todos sus amantes.