1882. San Petersburgo. Sasha, una jovencita de la aristocracia rusa ha estado siempre fascinada por la vida aventurera de su abuelo, Olukin. Explorador famoso, hizo construir un magnífico barco rompehielos, el Davai, que no ha regresado de su última expedición a la conquista del Polo Norte. Sasha decide partir hacia el Gran Norte siguiendo la pista de su abuelo para recuperar el famoso barco.
Esta es la historia de El techo del mundo, una pequeña joya de la animación francesa que nada tiene que envidiar a las producciones norteamericanas. Con una gama cromática que va desde los grises a los blancos puros, estamos ante una película que bien podía ser un albúm del comic europeo.