Por Martina Delgado-Pinar e Isabel Martínez-Garay
¿Has comparado alguna vez lo que se parecen entre sí un chacal, un lobo y un coyote? Son muy parecidos. Es verdad que no son iguales, iguales… pero podemos encontrar parecidos entre ellos mucho mayores que con un elefante, por ejemplo. Es como si fueran primos de una misma familia, cada uno con sus apellidos propios.
Lobos, perros, coyotes, dingos… todos son miembros de lo que sería una familia a la que los biólogos llaman Canis: el perro es el Canis lupus familiaris, el lobo es el Canis lupus lupus, el coyote es el Canis latrans…
Entonces, si otros animales tienen primos… los humanos, ¿también tenemos familia? Si observamos a los demás, nos parecemos mucho entre nosotros. Tenemos pieles más claras o más oscuras, podemos ser pelirrojas o morenos, tener los ojos marrones, o azules, o achinados… pero, en lo fundamental, somos más hermanos que primos. ¿Dónde están nuestros primos?
A diferencia del caso de la familia Canis, que tiene hasta ocho tipos de primos, de nosotros, los humanos, solo hay de un tipo: los de apellido sapiens. Sin embargo, esto no fue siempre así. Los paleontólogos han encontrado restos de personas pertenecientes a otras ramas de lo que sería nuestra pequeña familia, llamada Homo. Eran tan humanos como nosotros, pero diferentes; mucho más diferentes a nosotros de lo que un hombre de Nigeria y una mujer de Suecia puedan ser entre sí. Seguro que te suenan los neandertales, pero hubo otros: el Homo floresiensis, el de Denisova, o el «hombre de la cueva de los ciervos». Hoy en día, solo quedamos los sapiens.
El Homo sapiens es nuestra especie, y se originó en África. Desde allí, se fue extendiendo al resto de continentes. Los neandertales vivieron principalmente en Europa, mientras que los restos de los de Denisova se encontraron en Siberia (Rusia). El «hombre de la cueva de los ciervos» se encontró en una cueva de China, y se le dio ese nombre porque se encontraron pistas de que en esa cueva se cocinaban grandes ciervos.
Cada uno de estos tipos de Homo vivió en lugares diferentes, separados por grandes distancias, pero algunos grupos llegaron a entrar en contacto. En sus viajes buscando alimentos, puede que un grupo de sapiens se encontrara con otros humanos: un grupo de neandertales, por ejemplo. ¿Podrían comunicarse, tendrían un lenguaje similar? ¿Comerciarían o lucharían? ¿Se reirían juntos o tendrían miedo unos de otros? Son cosas que es muy difícil que lleguemos a averiguar. Para saber más de ellos, los paleontólogos y genetistas estudian todos los rastros que dejaron de sí mismos. Al fin y al cabo, nos gustaría conocer a nuestros primos.
Los hombres de la cueva de los ciervos fueron la última especie en desaparecer, hace entre 60,000 y 100,000 años. ¡Los sapiens llevamos siendo los únicos humanos toda una eternidad!
Hace unas semanas, un grupo de científicos, liderados por Viviane Slon y Svante Pääbo (Instituto Max Planck de Palentología Evolutiva, en Alemania) anunciaron un descubrimiento muy importante. En una cueva de Siberia se encontraron restos de huesos de una niña que tenía unos trece años cuando murió, y que era hija de un denisovano y una neandertal. Los investigadores la han llamado Denny, y saben quiénes eran sus padres porque han analizado el ADN de sus huesos. Es una prueba de que los diferentes humanos se relacionaban entre sí, e incluso tenían hijos.
El ADN es nuestro «libro de instrucciones». Es la información que tenemos en nuestras células, y que heredamos de nuestros padres. Por eso nos parecemos más a nuestros familiares que a otras personas: porque tenemos un ADN similar.
Por qué los sapiens somos los que hemos sobrevivido, mientras que todos nuestros familiares se extinguieron es algo que no sabemos. Tal vez se quedaron sin comida… o tal vez se la quitamos. Con el tiempo y el estudio de los restos que los científicos van encontrando, puede que sepamos cuál es la historia de Denny, y de las otras Denny que seguro también existieron.